Por Agustina Chiofalo (*)
Hace un par de semanas, hubo un tema que copó la agenda mediática y la discusión en redes sociales. Una cantante muy famosa, unida al productor estrella (a los que creo que no hace falta nombrar), lanzaron una canción basada en la experiencia personal de esta cantante. Una historia de desamor e infidelidad que, con mucho detalle, hacía alusión a la ex pareja de la mujer y a su nueva compañera.
Hasta ahí, todo bien. Abundaron los análisis sobre la calidad musical y las comparaciones con su anterior repertorio. Sin embargo, el giro que tomó el debate fue verdaderamente sorpresivo. Lo que pudiera (o debería) haber sido una discusión superficial, terminó convirtiéndose en un tema de estado. Y principalmente en una cuestión de género.
A esta cantante se la acusó de “despechada”, de “resentida”, de “no soltar” los acontecimientos ocurridos y apelar al escrache a su ex en la que hoy es probablemente la canción más reproducida del mundo. Del otro lado, personas sosteniendo -con justa razón- que a los varones que elaboraban canciones sobre sus situaciones de amor y desamor no se los tildaba ni de resentidos ni de despechados.
Otra vez, la brecha de género estaba presente. Y se ponía de manifiesto en algo tan básico como un tema musical.
Lo que más me llamó la atención de la cuestión es que a esta cantante se la acusaba de ser una “mala feminista”, porque hacía cosas como mostrarse despechada o involucrar a la “tercera en discordia” en su problema de pareja.
Los y las que me conocen, saben que me gusta mucho usar Twitter. Y ante ese reclamo que escuchaba incesantemente, me surgió decir a través de esa red social: “Saben qué es verdaderamente feminista? Dejar de medir todo con el feministómetro.”, usando un lunfardo para referirme a la vara con la que la sociedad mide qué tan buenas feministas somos (o deberíamos ser).
Y entonces me puse a pensar: ¿qué cree la sociedad que es ser una buena feminista? ¿Por qué se debe medir si somos más o menos feministas?
No basta con que nuestro rol como mujeres -en cualquier ámbito en el que nos desempeñemos- sea minuciosamente analizado. Se requiere revisar si somos buenas madres, hijas, amigas, trabajadoras, parejas. Si cumplimos a la perfección con los estándares que la sociedad nos impone en todos estos roles. Pero además ahora, al habernos reconocido como feministas, se nos exige que no solo seamos buenas mujeres, sino también buenas feministas, como si eso fuese un concepto que
involucra una check list de lo que debemos necesariamente cumplir.
Lo único que podríamos aproximarnos a definir es al feminismo, ese movimiento político, social, académico, económico y cultural que busca crear conciencia y condiciones básicas para transformar las relaciones sociales, lograr la igualdad entre los géneros y eliminar cualquier forma de discriminación o violencia.
Todo esto llevaría a un análisis que es muchísimo más profundo y que implica una revisión y una deconstrucción constante de comportamientos, pensamientos y patrones heredados por generaciones y aún sostenidos por una estructura sociocultural en esencia patriarcal y que nos ha marcado constantemente que entre las mujeres debemos competir, no construir.
Afortunadamente, mi experiencia me ha llevado a encontrarme con muchísimas compañeras que entienden que a lo único que debemos aspirar es a sentar las bases para una sociedad más equitativa y menos desigual, donde la proyección es transversal y multisectorial y la construcción es con todas. Prueba de esto fue, por ejemplo, el evento del Día de los Derechos Políticos de las Mujeres en el mes de septiembre de 2022 llevado a cabo en el Parque del Conocimiento, donde miles de
compañeras de toda la Provincia explicitaron sus problemáticas, sus deseos y sus aspiraciones y donde también repensamos cómo canalizar todo esto con una perspectiva feminista.
Para concluir: no existe tal cosa como ser una buena o mala feminista. Existe el feminismo como movimiento y existen las mujeres que creen que se puede construir una sociedad mejor teniendo como horizonte los parámetros que el feminismo nos enseña.
Y a la reiterada pregunta de si soy o no una buena feminista, mi respuesta es siempre la misma: SOY FEMINISTA COMO ME SALE.
(*)Abogada y militante feminista
