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La metamorfosis de hablar 

Vanina Naumtchuk es una periodista oriunda de San Vicente. Actualmente, conduce el programa Acá y Ahora que se transmite por la pantalla de Canal 12 y también forma parte del programa La Casa está en Orden, en La Casa del Streaming.

Por Vanina Naumtchuk (*)

17 de diciembre de 2020. Volvía a Misiones, después de 11 años, pandemia de por medio, a comenzar de cero cerca de mi familia. Una familia que meses después fue una red de contención imprescindible para que pueda salir y mantenerme a flote.

25 de diciembre de 2021, con los restos de mí, lo que quedaba literal.

“Estoy trabajando mucho”, respondía automáticamente cada vez que alguien me decía lo flaca que estaba. Me daba vergüenza contarles que en realidad estaba muy triste.

Emocionalmente, fue el peor año de mi vida. Malos vínculos y nulo amor propio me consumieron hasta las ganas de sonreír. Pero igual sonreía.

(17 de diciembre de 2020, la fecha exacta de las dos primeras fotos. Y 25 de diciembre de 2021 -las dos últimas imágenes- “con los restos de mí, lo que quedaba literal” indica Vanina).

Sentía culpa. Tenía el trabajo que siempre quise y que me permitía vivir tranquila, mi familia estaba bien, no tenia problemas financieros, gozaba -aparentemente- de buena salud. “Tenes que ser agradecida, hay gente que tiene problemas de verdad”, me castigaba.

Hoy escribo esto y todavía tiemblo. A veces, en oportunidades, me sigue dando vergüenza y me culpo por no haber puesto límites, por haberme querido tan poco. Por haberme enojado con cada una de las personas que desde el amor se preocupaba por mí. Por cada pelo que se me cayó avisándome que algo -o casi nada- estaba bien.

Hoy, casi tres años después, que implicó horas de terapia, sesiones de reiki, meditación, yoga y mucha lectura… me siento orgullosa de mí. Porque todo mejoró cuando decidí irme de todos los lugares donde me hacían daño. Aprendí a pedir ayuda, a llorar, a no poder con todo, a decir cuando me siento mal y también cuando me siento bien.

A apoyarme en mi mamá y en mi papá, que me secaron las lágrimas incontables veces, que me buscaban de Posadas y me llevaban a casa para que no me sienta sola. Y en mis hermanos que sin juzgarme me abrazaron.

La metamorfosis comienza cuando empezamos a hablar.

Con mi psicóloga, pude poner en palabras lo que sentía, fueron -y siguen- años de ir desenredando el ovillo. Con honestidad y valentía.

A través de reiki, pude reencontrarme con Dios y con mi espiritualidad. Con la meditación logre conectarme con mi alma.

Fue con el yoga con quien aprendí a quererme y a cuidarme. A relacionarme con mi cuerpo desde el amor y la paciencia. A darle más valor al contenido que al envase. Y a perdonarme.

Con los amigos a sincerarme. Y a encontrar siempre un abrazo que terminó en risa, después de un “hoy no estoy bien”.

Hoy me sincero también con ustedes, y no se si está bien o mal. Pero ojalá, quienes estén atravesando cualquier situación que no les permita ver con claridad, puedan pedir ayuda. A nuestro alrededor suelen existir personas muy valiosas que no nos van a dejar caer.

La tristeza es un sentimiento que forma parte de nosotros, identificarla y saber de donde viene es el primer paso para intentar transformar ese dolor en experiencia. Sin salud mental, no hay salud.

Los abrazo siempre.

(*) Licenciada en Periodismo.

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