Alejandro Pérez Guahnon, autor del libro 33 Años en 48 Horas, en el que cuenta su vida marcada por ser víctima del robo de identidad al nacer en Misiones. Fue registrado como hijo adoptivo tras ser separado de su madre biológica en las primeras horas de vida. Según su relato, esta separación no fue una adopción legal, sino una apropiación perpetrada por una asistente social con la complicidad de su tía materna, en un contexto de irregularidades y encubrimientos durante el gobierno de Ramón Puerta.
En una entrevista hecha por Infobae, Alejandro reveló detalles desgarradores sobre su historia. “No recuerdo el día en el que me dijeron ‘sos adoptado’. Para mí era algo natural. Hoy entiendo que eso no fue una adopción, fue una apropiación“.
La trama comenzó el día de su nacimiento, cuando su madre, Nélida, fue informada falsamente de que su hijo había muerto. “Mi madre nunca creyó esa versión. Entonces, le dijeron que había nacido con problemas en las piernas y que necesitaba ser trasladado a Buenos Aires para recibir atención médica. Le hicieron firmar un documento de autorización sin dejarle leerlo“. Ese papel selló el inicio de una mentira que duró más de tres décadas.
Un sistema diseñado para el desamparo
La situación se agravó cuando la asistente social involucrada, quien trabajaba en connivencia con funcionarios locales, obtuvo beneficios directos. “Mi tía, la hermana de mi madre biológica, recibió una casa, un dúplex y un puesto en el gobierno provincial poco tiempo después de mi nacimiento“, afirmó Alejandro.
Nélida no se quedó de brazos cruzados. Durante años buscó respuestas en oficinas públicas, hospitales y juzgados. Sin embargo, se encontró con un sistema diseñado para desampararla. “Ella irrumpió en la oficina de la jueza que autorizó mi adopción y vio su propia firma en el documento que la obligaron a firmar. Nunca supo que estaba entregándome en adopción.”
En ese momento, la madre de Alejandro descubrió que no era la única. En el mismo juzgado había más mujeres denunciando a la misma asistente social por apropiarse de sus hijos. “Las mujeres eran engañadas, y sus hijos terminaban en familias pudientes, mientras las asistentes sociales cobraban por sus servicios”, explicó Alejandro.
La vida con una familia adoptiva
La familia adoptiva de Alejandro, Estela y Alberto, cumplía con los estándares necesarios para ser considerados idóneos. “Ellos no sabían la verdad detrás de mi adopción. Solo se inscribieron en una escribanía y pagaron lo que se les pidió. Cuando lo entendí, tuve que enfrentar a mis padres adoptivos para contarles que fui robado. Mi papá adoptivo, recientemente, me preguntó si todavía creía eso. Le respondí que sí. Tal vez ellos no lo hicieron, pero alguien me robó la identidad.”
A pesar de crecer en un entorno económico estable, Alejandro siempre sintió un vacío. “Cuando me enteré de que alguien me buscaba, mi vida cambió. Pasaron 33 años para que la verdad saliera a la luz“, confesó.
Un reencuentro cargado de emociones
El encuentro con su familia biológica fue un momento clave en la vida de Alejandro. “Mis padres biológicos me explicaron que nunca dejaron de buscarme. Siempre dejaban un lugar en la mesa con la esperanza de que algún día ese lugar sería mío”, recordó con emoción.
El primer abrazo con sus padres fue revelador. “Siempre tuve una conexión especial con los olores. Cuando los abracé por primera vez, sentí un olor que reconocía, como si siempre hubiera sabido que pertenecía a ellos.”
Sin embargo, el camino no estuvo exento de dificultades emocionales. “Me enojé con mis padres biológicos porque no me animaba a hablar con ellos. Tuve que cerrar la historia y enfrentarlos. Les pregunté cosas que nunca creí que podría preguntar. Les expliqué que ellos no tuvieron la culpa. Fue la asistente social quien organizó todo.”
La denuncia de un entramado oscuro
El caso de Alejandro pone en evidencia el contexto social y político de Misiones durante la gestión de Ramón Puerta, donde, según el autor, las irregularidades y las complicidades eran moneda corriente. Su libro 33 Años en 48 Horas no solo es un testimonio de vida, sino también una denuncia contra un sistema que permitió la apropiación de identidades.
“La trama estaba perfectamente diseñada para desamparar. La asistente social tenía el poder de decidir quién merecía ser madre y quién no. Mi historia no es un caso aislado. Hubo muchas más víctimas”, enfatizó Alejandro.