Gabriela Trenchi vive con dolor físico y emocional desde hace años por el hecho de haber sido víctima de una práctica médica negligente, de haber confiado en alguien que, según sus propias palabras, le “arruinó la vida”. A casi diez años de la intervención quirúrgica que la marcó para siempre, Trenchi sigue reclamando justicia. “Este mes se cumple una década. Diez años de lucha, y todavía no hay una condena firme”, lamentó.
El caso de Gabriela es uno de los más resonantes entre los que integran el historial de víctimas de Aníbal Lotocki, el médico condenado por estafa y lesiones graves a varias mujeres, entre ellas Silvina Luna, Pamela Sosa y Stefanía Xipolitakis. La justicia confirmó recientemente una sentencia de 8 años de prisión e inhabilitación por 10 años para ejercer la medicina. Sin embargo, para Gabriela, el proceso ha sido lento, doloroso e injusto.
“Desde 2015 no pasó una noche sin dolor”, relató en una entrevista con Canal 12, en el programa El Periodista. Vive aplicándose sueros para intentar reducir la inflamación en sus piernas, sus brazos están marcados por los pinchazos y las terapias: “Estoy al borde de tener que usar morfina”, confesó. Lo que le inyectaron en aquella operación fue un biopolímero, una sustancia prohibida para este tipo de procedimientos, que, según ella, Lotocki importaba de contrabando y mezclaba con silicona líquida y grasa corporal.
La historia de Gabriela es una de muchas. “Me escriben personas de Estados Unidos, España, Uruguay… más de las que imaginan pasaron por lo mismo”, señaló. Frente a este escenario, decidió escribir un libro, para contar su historia y, sobre todo, para visibilizar un problema más amplio: la falta de regulación en las cirugías estéticas. “No estoy en contra de la cirugía, sino de la falta de control en Argentina. Cualquiera te inyecta cualquier cosa y nadie lo supervisa. Hay muchos ‘Lotockis’ sueltos”.
Gabriela Trenchi no se encuentra bienco el veredicto
Gabriela había acudido al consultorio buscando apenas un retoque, pero tras el procedimiento, salió del quirófano ensangrentada, desde los tobillos hasta el busto. Lotocki nunca la atendió personalmente tras la intervención y tan solo fue retirada rápidamente de la clínica, como si fuese una cama caliente más. “Así hizo con todas”, aseguró.
Recuerda con angustia el día en que, tras años de espera, se llegó finalmente al juicio oral, lo que según cuenta no fue un alivio, sino una nueva decepción. “Lloré muchísimo ese día. Bajaron la calificación de la estafa y la pena. No pensé que el juez Carlos Rangel Mirat permitiría que siguiera operando. Si se lo hubiese inhabilitado a tiempo, Cristian Zárate hoy estaría vivo”.

En el reciente fallo, los jueces reconocieron que Lotocki actuó dolosamente: usó una sustancia no recomendada, ocultó los riesgos, y lo hizo contra la voluntad expresa de Gabriela. El tribunal concluyó que hubo una estafa y una operación no consentida.
Aún así, para Gabriela, la herida sigue abierta, algo que se notó a la hora de declarar “no sé cuánto tiempo más voy a vivir. Cada día que me despierto agradezco a Dios, porque no sé si será el último”. Frente a la incertidumbre, Gabriela busca impulsar una ley que regule de verdad la práctica estética en el país. Porque, como insiste una y otra vez, esto no se trata solo de Lotocki: “Es un sistema sin control que está enfermando y matando a muchas personas”.