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Written by 7:54 pm Notas de opinión

El ambientalismo como clase

Por Leonardo Diego Villafañe (*)

¿Están dadas las condiciones históricas y sociales para el surgimiento de una clase ecológica consciente que pueda participar activamente en los procesos políticos y de toma de decisiones? Ésta pregunta se la hicieron hace algún tiempo los filósofos y sociólogos europeos Bruno Lacour y Nicolaj Schultz quienes entendían que cierta anemia de legitimidad y de resultadosen materia económica y social podría permitir la irrupción de una clase política ambiental que constituya la nueva alternativa. Claro está deben darse varias condiciones.

Hay hechos comprobados y notorios que están en el tablero de juego, por ejemplo: todo el mundo conoce o tiene alguna noción de los conflictos ambientales. El ambientalismo ha desarrollado una fuerte actividad pedagógica enseñando y educando a los ciudadanos sobre la existencia y los alcances de la crisis climática y su relación con las decisiones que se toman a nivel global, nacional y local.

Si bien la consciencia del problema es real y acreditable, no trajo consigo la llamada a la acción concreta de los afectados (todos los ciudadanos), ni siquiera podemos afirmar que la mencionada consciencia produjo una disminución de los conflictos. Es más, se puede advertir que cada día surgen nuevas controversias ambientales y que dentro de los que los denominados ambientalistas no existe unidad de posturas sobre cuál es el diagnóstico y el pronóstico de cada problema.

No resulta un tema pacífico o tranquilo resolver qué hacer con la naturaleza a partir de todo lo que ya sabemos sobre ella y sus límites, aunque existe un básico acuerdo con el concepto de que vivimos en el mundo y que vivimos del mundo. En él y de él.

Estas ideas resultan fundamentales para modular la acción: reconocer la división interna del movimiento ambiental para luego buscar unidad, clasificando las subclases y posteriormente promover consensos para elaborar programas y objetivos.

La no acción masiva ante la reconocida crisis ambiental que pone en jaque el presente con amenazas de un futuro más rudo e inclemente, trae como consecuencia una convivencia extraña entre la necesidad de cambiar las cosas y esa quietud amable y tranquila.

Otra cosa en la que estamos de acuerdo es en que hay que reorientar el rumbo del desarrollo; pero, ¿hacia dónde?

Existe convicción en la necesidad de hacer los cambios, pero en la realidad nada, ni nadie, cambia. Es obvio que debemos empezar a movernos, primero para salir de la quietud y la modorra; dar los primeros pasos pero estando seguros del camino que tomaremos. Consensuar dirección tampoco es sencillo.

El ambientalismo debe, por definición, respetar y preservar las diferencias internas, pues ello hace a la diversidad de opiniones y es un reflejo de lo que sucede en la naturaleza. El ambientalismo será profundamente democrático, o no será. Esto no implica que puertas adentro no se deban encontrar discursos y acciones comunes; se hablarán distintos dialectos pero entre todos deberán de comprenderse en fundamentos básicos que ya concurren.

Existen claras diferencias hacia adentro y hacia afuera en el movimiento ambiental, pero también es cierto que hay estándares valorativos que poseen raíces éticas y científicas. Es decir que desde el conocimiento científico se desprende la necesidad de determinadas conductas que conforman una nueva ética del desarrollo. Respeto por el entorno y por los demás.

La tendencia económica predominante en el planeta posee principios y valores distintos a los que pregonan los ambientalistas, quienes valoran el desarrollo pero dentro de determinados límites y con pautas de inclusión muy distintas y esto repercute fuertemente en un programa de acción de la futura clase.

Veamos el caso de las comunidades originarias. Para los economistas éstas comunidades son tan solo exponentes de una cultura pasada, poseen valor desde un punto de vista cultural e histórico. En cambio los ambientalistas efectúan otro análisis valorativo. Se aprecia como las comunidades se vinculan con el medio, se estudia su cosmovisión y su filosofía y se puede advertir que tal vez tengan más que ver con el futuro que con el pasado, pues debemos volver a encontrarnos con la naturaleza en un diálogo que nos permita conocer sus límites para no sobrepasarlos.

Ante estos casos planteados haciéndonos una pregunta fundamental que nos enseña el Prof. Latour podemos advertir si somos más afines o no al ambientalismo: “Cuando las disputas son en torno a la ecología, ¿de quién se siente usted cerca y de quién se siente terriblemente alejado?.

Entonces podemos afirmar que el surgimiento del ambientalismo como clase ecológica política consciente parece inevitable, aun cuando no será en el presente inmediato por cuanto éste debe ser construido y promovido sólidamente para no caer en la tentación de las modas y el vacío argumental.  Entendemos que una futura clase ambiental deberá preocuparse por la habitabilidad del planeta para brindarle un nuevo sentido histórico a la humanidad y su desarrollo. Veremos cuándo.

(*) Doctor en Derecho (UCSF) Master en Administración de Justicia (Sapienza Roma) Coordinador de Fundación Expoterra Misiones.

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