
Podría ser un metaverso steampunk, un mundo victoriano, donde el humo y la neblina no serían meros detalles estéticos, sino una constante. Así mismo hoy en Misiones, esa bruma densa es nuestra realidad cotidiana. La increíble katinga de humo (voz guaraní que describe un olor fuerte, pesado y persistente) se mezcla con la calor sofocante y no nos deja en paz. Y aunque no provenga de un incendio local, lo sentimos como si estuviera a la vuelta de la esquina. Este humo viene desde la Amazonía, Paraguay, y Bolivia, donde los incendios están fuera de control.
En este preciso momento, Brasil está enfrentando una crisis de incendios forestales sin precedentes, con más de 159,000 focos detectados solo este año, lo que duplica las cifras del 2023. La región del Amazonas está siendo devastada por una sequía histórica, la peor en más de un siglo, que está causando que el bosque tropical más grande del mundo arda con una violencia que no habíamos visto en décadas. Bolivia, por su parte, está sufriendo una de sus peores temporadas de incendios. Solo en la región del Chaco, más de 84,000 hectáreas ya han sido destruidas por el fuego.

En Paraguay, los incendios también están fuera de control, con vastas áreas afectadas.
Es importante entender que estos incendios no son fenómenos aislados. El humo viaja, cruza fronteras sin pedir permiso. El aire que respiramos en Misiones está contaminado por las llamas de la Amazonía, el Chaco y más allá. Es un problema regional, global, y afecta directamente a nuestra provincia. Esta katinga de humo es el recordatorio constante de lo que está ocurriendo más allá de nuestras fronteras.
El fuego tiene tres caras
El problema del fuego en las selvas tiene múltiples dimensiones, y es fundamental comprender las diferentes formas en que estos incendios se desatan. Hay tres principales tipos de incendios:
El intencional, gran parte de los incendios en la Amazonía y otras regiones son provocados intencionadamente para expandir la frontera agrícola. La tala y quema es una práctica común entre grandes corporaciones que buscan despejar terrenos para la producción de soja, la cría de ganado o el desarrollo de otros cultivos intensivos. En Brasil, el impulso de la agroindustria es un factor clave detrás de la destrucción de la Amazonía. Esta práctica, a menudo ilegal o poco regulada, tiene un impacto devastador no solo en el ambiente local, sino en la estabilidad climática del planeta entero.

El descuidado. No todos los incendios son provocados a propósito. Muchos de ellos ocurren por pura negligencia. Un ejemplo clásico es el de una colilla de cigarrillo arrojada desde un automóvil. Ese gesto insignificante puede desatar un infierno en cuestión de minutos, especialmente en épocas de sequía extrema como la que estamos viviendo. La falta de conciencia sobre las consecuencias de estos actos es un gran problema, y evitar estas situaciones es fundamental para la prevención.
El cultural: Aquí es donde la situación se vuelve más compleja. En Misiones y otras regiones con poblaciones indígenas, el uso del fuego es una práctica ancestral. Los Mbya Guaraní, por ejemplo, han utilizado el fuego durante siglos para recolectar miel de los panales en los árboles. Esta práctica tradicional, que forma parte de su cosmovisión y cultura, se ha llevado a cabo durante generaciones sin causar grandes daños. Sin embargo, con las condiciones actuales de sequía extrema, estos fuegos controlados pueden salirse rápidamente de control y transformarse en incendios forestales masivos. Es necesario un equilibrio que respete las tradiciones culturales sin poner en riesgo la biodiversidad y la seguridad ambiental.
La falta de prevención agrava el problema
Aunque en Misiones hemos avanzado significativamente en la lucha contra los incendios forestales y estamos invirtiendo en tecnología y capacitación para nuestros brigadistas. Los helicópteros, las herramientas especializadas y los equipos de protección personal son esenciales, pero lo más importante es la **conciencia colectiva**. Porque la verdad es que no importa cuánto equipo tengamos; si seguimos permitiendo que el fuego se propague sin control, llegará un punto en que ni los recursos más avanzados serán suficientes.
Sabemos que el mejor fuego es el que no se prende. La prevención es la clave. Contamos con brigadistas capacitados y equipos de última generación. Tenemos helicópteros equipados con sistemas Bambi Bucket, herramientas especializadas para combatir el fuego desde el aire. Pero cuando los incendios se desatan de manera incontrolable, ni siquiera 3,000 brigadistas bien entrenados y con el mejor equipo del mundo pueden contener el desastre.

Y esto es algo que estamos viendo ahora mismo en Bolivia, Paraguay y Brasil. A pesar de los esfuerzos de miles de bomberos y brigadistas, los incendios han arrasado millones de hectáreas y siguen avanzando. La combinación de sequía extrema, falta de recursos y prácticas insostenibles ha creado una tormenta perfecta de destrucción.
Ultimo aviso
Por eso, cada vez que sentimos esa katinga de humo en el aire, deberíamos verlo como una advertencia. Es un recordatorio de lo frágiles que son nuestros ecosistemas y de lo mucho que tenemos que perder. El aire cargado de humo que respiramos hoy es el resultado de décadas de mala gestión ambiental y falta de acción preventiva. Si no cambiamos nuestras formas, esa katinga puede volverse más frecuente, y cada vez más intensa.
Lo que estamos viendo en la Amazonía, en Bolivia y en Paraguay es una advertencia. Los incendios forestales no son un problema de ellos, es un problema de todos. Y en Misiones, tenemos la oportunidad de marcar la diferencia, de demostrar que es posible proteger lo que nos queda. No podemos esperar a que otros nos salven. La responsabilidad es nuestra, y el momento de actuar es ahora.
Y es que la selva misionera no se cuidará sola. Si nosotros no la protegemos, nadie lo hará. Los incendios son solo una parte del problema más grande que enfrentamos: el cambio climático, la deforestación y la degradación del suelo están destruyendo los pulmones verdes del planeta a un ritmo alarmante. Pero tenemos una ventaja: aún tenemos tiempo. Todavía podemos cambiar nuestras formas, ser más conscientes y adoptar prácticas sostenibles que nos permitan convivir con la naturaleza en lugar de destruirla.
La pregunta que debemos hacernos no es cuánto tiempo más puede durar la selva, sino qué estamos dispuestos a hacer para protegerla. Y esa es una pregunta que cada uno de nosotros debe responder.
Y cada vez que sintamos esa katinga de humo en el aire, recordemos lo que está en juego. Porque si no actuamos ahora, puede que la próxima vez ya sea demasiado tarde.
(*) Por Gervasio Malagrida – Secretario de Estado de Cambio Climático de Misiones.
Foto de portada por Sixto Fariña