Por María Rita Nahum

Hay dolores profundos que la Humanidad prolonga sin aparente explicación, aunque en el marco geopolítico existan razones y sinrazones que explican todo lo que acontece.
Hoy elijo mirar el dolor de Ucrania con los ojos desbordados de preguntas y el corazón clamando por la Paz, esa pequeña palabra, que encierra una mixtura amorosa de compasión, benevolencia, empatía y serenidad.
Es un clamor cerrado, compacto, esperanzado. Un deseo que grita fuerte contra un murallón sordo y decidido a frenar cualquier razonamiento.
Es que una guerra es eso. Es algo parecido a una locura inaudita que no mide las consecuencias. Y allí está el pueblo de Ucrania, valiente y decidido, de pie frente a la adversidad, lleno de estupor y coraje. Y aquí estamos nosotros, sin diferencias ideológicas o de origen, sólo envueltos en la nube de polvo que levantan los impactos de las bombas, acompañando en silencio el dolor y la desolación, unidos en una plegaria amorosa y compasiva.
Más allá de las justificaciones y las razones inentendibles, somos espectadores de los inevitables finales infelices, porque nadie gana frente a la devastación y la muerte.
Un año después del primer ataque, honramos a quienes siguen resistiendo, a los que regaron con su sangre el suelo que los vio nacer, a los que sostienen las inclaudicables banderas de la dignidad.
Y, aunque la paz se vea lejana, la invocamos con enérgica voz, con las manos unidas y el corazón presente. Creo profundamente en la naturaleza amorosa del Ser Humano. A ella también la invoco.
Tal vez la paz pueda concretarse cuando seamos capaces de unir todas estas buenas intenciones que seguramente compartimos y las podamos transformar en acciones coordinadas detrás de un objetivo común. Como diría Friedrich Nietzsche: “Compañeros de viaje vivos es lo que yo necesito, que me sigan porque quieren seguirse a sí mismos e ir adonde yo quiero ir. Una luz ha aparecido en mi horizonte”.
Quizás la paz sea eso… Un camino común que nos incluya al articular los intereses y necesidades de los pueblos y las personas. Un espacio de transformación que no sea ajeno a las dificultades, pero en el que ellas puedan ser vistas como oportunidades para una convivencia vital y comprometida. Puede ser que usted piense que no estoy pudiendo ver la realidad, que dado que pasa lo que pasa y que los humanos somos quienes somos, nada de lo que invoco sirva o sea posible.
Elijo recordar a Eduardo Galeano cuando afirma: “La utopía está en el horizonte. Camino dos pasos, ella se aleja dos pasos y el horizonte se corre diez pasos más allá. ¿Entonces para qué sirve la utopía? Para eso sirve, para seguir caminando”.
Periodista y Máster Coach
Foto destacada: Vanity Fair