Cuando los niños empiezan a caminar aún no tienen sus funciones motores bien coordinadas, sin embargo, una imagen frecuente de ver es la de algunos de los progenitores arrodillado con los brazos abiertos sonriente llamando al niño o niña para que vaya hacia el punto y terminar en un abrazo celebrando el progreso.
Por Nicolás Massota (*)

Lo que hace que el bebé, que con su inseguridad y con tropezones que terminan en caída en más de las veces, se acerque a su progenitor es la referencia de sus padres, esta presencia ordena, guía y brinda un apoyo emocional en la tarea dificultosa de caminar.
A medida que la vida transita, no importa la edad, se siguen presentando estas dificultades a la hora de caminar, hablando metafóricamente, deseamos que el equilibrio que se pierde, se recobre de manera automática. No soportamos la adversidad. Y de un tiempo a esta parte, en una sociedad acostumbrada a lo instantáneo, en donde por medio de lo virtual todo puede ser tramitado sin siquiera esperar, desde pedir una pizza hasta buscar un encuentro amoroso. El no saber esperar nos habla de que se perdido la esperanza.
Espera y esperanza vienen del latín sperare que significa “saber esperar”; de donde también proviene desesperar, prosperar. Dos caras de una misma moneda. Es la certeza la que nos hace sentir mejores, las dudas, lo enigmático refuerza una falla estructural en el psiquismo: la falta. Es la falta algo que buscamos taponar en todo momento. De allí que una frase popular sea “la esperanza es lo último que se pierde”; la perdida nunca es total, si lo fuera estaríamos condicionados a morir. El que se da muerte a sí mismo, es porque ha perdido la esperanza.
Incluso, ante una enfermedad de gravedad, por ejemplo, hay personas que desean tener el diagnóstico por más malo que sea, a no tener una respuesta, al silencio que agudiza la angustia. De allí que un diagnóstico de moda en nuestros tiempos sean los llamados “trastornos de ansiedad”.
Hay algo que ordena nuestro psiquismo en situaciones complejas, de dolor, que es la esperanza. El saber que la fase que se transita tiene un punto final, aunque no sepamos cual es. Sin ello, es difícil continuar, el deseo se agota y es allí en donde vemos a personas depresivas funcionando en modo automático, llegando muchas veces a tomar decisiones irreversibles en su vida.
El desafío de la adversidad es transitarlo de la manera más sana posible, con una red de contención, con un sostén que nos impulse. En el libro “Relatos de un Náufrago” de Gabriel García Márquez, se relata la historia de Luis Alejandro Velasco Sánchez, el náufrago que estuvo solo en una barca en el medio del caribe por diez días, dos de las cosas que sostuvieron a este hombre: la esperanza que quizá en ese día lo rescatarían, y por otro lado la compañía de la luna, de los peces, las estrellas, de las gaviotas, hasta incluso de los amigos que se le aparecían por medio de alucinaciones. Esperanza y compañía que permitieron que pueda sobrevivir.
Que en este 2023 podamos tener esperanza, dejarse sostener y ser de sostén para otros.
*Psicólogo. Conductor de Canal 12.