
Claro, los No Alineados olían a naftalina. Su conformación fue durante el contexto de la Guerra Fría, su esencia era la neutralidad y se apalancaban espiritualmente en Mahatma Gandhi. Para colmo, tuvieron la mala suerte de la caída del Muro de Berlín y poco después los guardias del Kremlin almorzaban en Mc Donald’s en la Plaza Roja. Menem tampoco quería ese mundo y se alineó a Occidente y Argentina se volvió a guiar por el faro de Estados Unidos. Dejamos la neutralidad, nos codeamos con la OTAN y bajo mandato de la ONU enviamos naves la guerra del Golfo y a las guerras yugoslavas. Salimos al mundo, con todo lo que eso significa.
El verdadero ideólogo de la política exterior de Menem fue Carlos Andrés Escudé, aunque a él no le gustaría que lo catalogue así. Lo conocí en 1997, cuando lo tuve como profesor de la cátedra de Teoría de las Relaciones Internacionales en la Universidad de Belgrano. Una eminencia, un intelectual formado en las universidades de Oxford y Yale. Un liberal con los pies en la tierra. Murió de Covid en 2021.
La cuestión es que Di Tella, al poco tiempo de ser nombrado ministro de Relaciones Exteriores, contrató como asesor a Escudé. Buena parte de la política exterior del menemismo se sustentó en el libro “Realismo Periférico”, escrito en 1992 por mi profesor. Tengo un ejemplar en mi biblioteca. Como todo buen catedrático, Escudé incorporaba su obra en el material de estudio, así fue como lo compré. Pero acá lo importante es el contenido del libro, tal vez una pista para entender el Blend que se arma en el laboratorio de la política del Cantón Verde.
Lean un poco lo que Escudé advierte a sus lectores: “Aunque la teoría que aquí se intenta desarrollar tiene un fundamento empírico claro y escrupulosamente documentado, la misma es inseparable de un modelo esencialmente democrático-contractualista de nación, que privilegia la defensa de los derechos del individuo como única razón de ser del Estado. Si el modelo de nación elegido es diferente, si se opta por un modelo autoritario que se subordina a los derechos del individuo a los presuntos intereses de un todo que se supone superior a la suma de sus partes, entonces la teoría que aquí se desarrolla carecerá de validez y pertinencia”. Una advertencia básica y necesaria para avanzar en los principios del “realismo periférico”.
Escudé armó una interesante teoría sobre las estrategias de política exterior de Estados periféricos, dependientes, vulnerables y esencialmente poco relevantes para los intereses vitales de las grandes potencias. Es que en esa condición se encontraba Argentina y, tras hacerse cargo de su verdadera situación, tenía que salir al mundo para vender, comprar, pedir crédito, en fin, lo que hace un Estado que quiere crecer. Para eso, Menem y Di Tella, con los consejos del profesor, se alinearon al más fuerte.
La situación de vulnerabilidad en la que se encontraba Misiones a fines de 1999 era impresionante. El responsable de la década fue Ramón Puerta, el de las privatizaciones, el que impulsó el Impuesto Solidario de Emergencia (ISE), el Impuesto Extraordinario Transitorio de Emergencia (IETE), que significó un recorte sobre los salarios públicos y las jubilaciones, y otras tantas plagas. La deuda, déficit fiscal, desempleo, la provincia estaba quebrada. Circulaban los LECOP.
El giro de timón vino cuando Carlos Rovira y los renovadores de la primera ola tomaron el control total de la provincia en 2003. A partir de ese momento Misiones deja el realismo mágico para ir por la ruta del realismo periférico, y desde entonces, el partido gobernante, el Frente Renovador de la Concordia se fue alineando al poder de turno, sin perder de vista la construcción de un Estado fuerte y con las cuentas al día. Para poder hacerlo apoyaron estratégicamente las gestiones de Néstor y Cristina Kirchner, a la de Mauricio Macri y a la de Alberto Fernández, y ahora hacen lo mismo con Javier Milei.
Para Escudé el realismo periférico es la antítesis de realismo mágico. Simplemente es saber que casi todo depende de nosotros, a no ser que tengamos el mal tino de pelearnos con el poderoso, en cuyo caso ya nada dependerá de nosotros.
“La Argentina es un país periférico, empobrecido, endeudado y poco relevante para los intereses vitales de las potencias centrales”, escribía Escudé a principios de la década del 90. Explicaba que, tras medio siglo de postergaciones y peleas intestinas, el país había quedado relegado. Para superar el problema, el profesor propuso “bajar el nivel de confrontaciones políticas con las grandes potencias a prácticamente cero, concentrando y administrando prudentemente su poder de confrontación en aquellos asuntos comerciales y financieros que realmente se vinculan en forma directa con su bienestar y base de poder”.
Si lo que realmente importa, en el caso de un país periférico, es que el balance de costos y beneficios materiales sea positivo, lo mismo podemos decir del caso del Cantón Verde. Si para Escudé, el realismo periférico es una política moral posible para que un país en crisis pueda detener su declive y guiar su desarrollo, porqué no podemos tener un inteligente acuerdo estratégico con cualquier muñeco elegido democráticamente en las urnas. El Blend, es realismo periférico.
Sobre ese rumbo, el electorado misionero viene manteniendo la misma coherencia desde 2003. El resultado está en las cuentas, sin deuda y con equilibrio fiscal. Deberíamos dejar de joder con tanta confrontación interna, posturas individualistas y hacer fuerte al Cantón. Los intereses externos son enormes y demostraron ser peligrosos. Tal vez, si la alquimia es la correcta, el Blend pueda dar luz a las bases del misionerismo, una suerte de Ley Bases, o como quieran llamarla, una reforma para un Estado moderno con políticas de desarrollo a largo plazo. Es el debate que debemos dar entre todos.