Doha nos entregó otro caluroso día, con una extensa recorrida por distintos puntos. Desde el entrenamiento de la Selección hasta un shopping eterno, pasando por Al Thumama, el estadio del 7 a 0 de España.
Por Emiliano Andreoli*
Los días son largos en esta parte del mundo, o quizá nuestro horario todavía se mantiene en Argentina. Las 6 horas de diferencia respecto a nuestro país hacen mella en la longitud de jornadas que arrancan a las 8 y terminan a las 3. Todos horarios AM. En el medio, descubrimiento, entendimiento de cómo movilizarse, qué cosas hacer y cuáles otras no.
Hoy volvimos a dejar al fútbol de lado. Sí, vinimos a ver fútbol, pero en el mientras tanto nos perdimos en un país gigante en sus construcciones y chico en sus dimensiones generales. Quién iba a pensar que Qatar, el país que miramos tantas veces por Google Maps (y nos parecía diminuto), nos iba a entregar subtes con 12, 15 y 18 estaciones. Subtes que no tienen maquinistas, que llegan a destino cada 2’ y reanudan el viaje 1.30’’ después. Preguntamos cuántos vagones andan dando vueltas por la línea roja: “Muchos”, fue la escueta respuesta de un trabajador tierras abajo.

El orden que se mantiene
En Qatar no hay amontonamientos, tampoco bocinazos. Largas filas de autos se observan en cercanías a los partidos, pero su recorrido se hace con normalidad, con paciencia, dejando espacios y siendo cordial. Así vive, quizá, un país que no bebe alcohol.

No estamos acá para hacer un análisis de la bebida y sus consecuencias, pero tampoco podemos dejar pasar que en un país donde conseguir una bebida alcohólica es un problema, las cosas funcionan 10 puntos todo el tiempo. Hasta los hinchas se portan bien, y eso que argentinos y brasileros ya se cruzaron más de una vez en Doha. Todo bien, sin problemas, con alguna gastada pero sin pasar los límites.
Tampoco podemos dejar pasar que en un país donde conseguir una bebida alcohólica es un problema, las cosas funcionan 10 puntos todo el tiempo. Hasta los hinchas se portan bien.
Entrenamiento y recorrida
El día arrancó temprano. Desde las 8 de la mañana estábamos arriba y en camino a la Universidad de Qatar. Gigante en serio, con autopistas adentro del lugar que forma a locales y visitantes. Ahí estaba la Selección, que nos abrió 15 minutos las puertas, nos entregó suplentes corriendo despacio y nos las cerró rápidamente. Scaloni fue lo más destacado, con una caminata de cabeza gacha, buscando que la foto deje lugar a la imaginación.
Tras ese fiasco de la selección y su corto periodo de tiempo otorgado a la prensa llegó lo mejor. Zona de Medios de la FIFA.

1200 periodistas pueden trabajar en simultáneo en ese lugar. El piso es flotante, porque abajo están las conexiones. Las mesas juntan a 30 periodistas en cada una y los espacios son incontables. Se trata de la Biblioteca de Doha. Un lugar gigantezco que contiene estudios de TV para cada medio que abonó los derechos. Que cuenta con un restaurante de tres espacios para servirse la misma comida por 9 dólares, que despacha colectivos a distintas sedes cada 5’ y que no colapsa. Da la impresión de que, sea la cantidad de gente que sea, ese espacio funcionará.
1200 periodistas pueden trabajar en simultáneo ese lugar. El piso es flotante, porque abajo están las conexiones.

La noche qatarí
Nuestra visita al estadio Al Thumama fue continuada por un encuentro misionero. Roberto y Eves, de San Vicente, invitaron la cena y a esas cosas un periodista no le dice que no. El City Centre Rotana Doha fue el lugar del encuentro. Un Shopping que simplemente no termina más, que se pierde en el horizonte y deja perplejos a los visitantes. Que en el medio tiene un pelotero de (a ojo) 40 metros de diámetro, que cuenta con un supermercado de precios bajos y atención rápida. Sí, también funciona bien.

Afuera el lujo, los edificios de formas extrañas e iluminación que muta a cada instante. ¿Será que la gente que vive adentro tiene el cambio de color todo el tiempo en sus piezas? Pregunté. “Son oficinas”, me respondieron escuetamente.

¿Y las cosas que no hay que hacer?
Nunca subirse a un taxi sin antes preguntar un precio. Tras no entrar a Al Thumama hicimos en taxi 15 kilómetros con un bengalí que no tenía muchas ganas de hablar. Hizo esos 15 kilómetros pensando en cuánto nos iba a cobrar, estoy seguro. “40 dólares”, lanzó. Le dio vergüenza, pero no bajó el precio. “De ninguna manera”, respondí. Tras una serie de palabras que nadie más que un bengalí entendería, concordamos en que 20 era un precio justo. Fue carísimo, pero podría haber sido peor.
*Enviado especial a Qatar.