Por Fernando Oz (*)
El otro día Enrique Piñeyro hablaba sobre los nuevos actores sociales y la economía disruptiva, fue en el bar de un hotel de Badajoz, donde estábamos tomando algo fresco junto al barcelonés Òcar Camps Gausachs, fundador de la ONG Open Arms. El piloto y cineasta nos explicaba cómo crujían las viejas estructuras del capitalismo ante una generación que se encuentra en plena faena de repolitización del mundo con la ayuda de la tecnología.
La charla continuó al otro día en el lobby del hotel Bristol, en el centro de Varsovia. Enrique, además de cuestionar la clase política y empresarial, nos advertía sobre el peligro que generaba pasar los derechos humanos por un tamiz ideológico.
Esos nuevos actores sociales, de los que hablaba Enrique, son parte del resultado de la desilusión con la dirigencia política y sus motivos son tan profundos como estructurales. Con el aumento de las inequidades sociales, la idea de que los representantes del pueblo claudican de sus responsabilidades, pero sin irse de la función, y que las instituciones ya no logran instituir lo social, deja de ser una sensación.
El bajo grado de igualdad de oportunidades jamás quedó tan expuesto como en la última década; los fríos números de las estadísticas de los organismos internacionales o las ONG hierven en toda la comunidad mediática sobre las llamas de las redes sociales. Todo se multiplica cuando quema los nervios del humor social.
A principios de año un importante académico, politólogo y especialista en comunicación política, me decía –con cierta preocupación– que gran parte de la población ya no se ve reconocida en los partidos políticos. Mecha que conduce a un polvorín donde malconviven, muro de por medio, diversas expresiones del populismo de derecha y de izquierda. Una mala fórmula que puso el fondo sonoro durante buena parte del siglo pasado. Claro está que ese análisis, ahora, hay que hacerlo bajo las condiciones contemporáneas del desencantamiento con el modelo democrático.
Es en este complejo escenario es donde los nuevos actores del cambio social se lanzan a repolitizar el mundo, lo que significa devolver sentido a la política, que continúa siendo el arte que se ocupa de la comunidad y la reciprocidad de sus integrantes.
En Misiones la política sí tuvo una evolución palpable, mensurable. Desde sus inicios, la Renovación se impuso ser amplia y participativa, abriendo las puertas a sectores independientes comprometidos con la sociedad. Una mirada atenta a los cambios sociales.
A dos décadas de la irrupción renovadora como opción política, en estas elecciones, la mayoría de sus candidatos no vienen de las viejas usinas talladoras de políticos, son jóvenes profesionales con la visión propia de una generación conceptualmente abierta al respeto a las disidencias. Observan la política nacional como un factor externo y ajeno, una relación pragmática en defensa de los intereses de un cantón. El equilibrio lo aporta una cúpula con experiencia en gestión que eligió plantar bandera en territorio propio y no dejarse tentar por el tintineo de lo extraterritorial, popularmente conocido como “lo nacional”.
Lo escribí hace tiempo, incluso antes que mis bautizados ‘Neo’ fueran oficialmente los Neo-renovadores. No recuerdo los términos exactos, pero sí que señalé que “la Neo es la evolución de lo que conocíamos como Renovación”. Hoy lo reafirmo. Ahí están: ambientalistas, emprendedores, deportistas, independientes. En definitiva, gente por fuera de las etiquetas.
La estructura conservadora y cerrada es la debilidad de los grandes frentes nacionales. El mundo está cambiando y repele los paradigmas obsoletos. En la Tierra Sin Mal el Frente de Todos y sus detractores de Juntos por el Cambio no logran romper los muros que los separan del nuevo pensamiento social que se encuentra en pleno crecimiento, el Misionerismo.
*Escritor, periodista y licenciado en Relaciones Internacionales. Actualmente es Editor General de Política del Grupo Atlántida.
