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Luchar contra el cáncer y ser madre: el caso de Susy

Por Nadia Maximowicz

Cuando murió mi mamá algo que me impactó mucho fue que el mundo entero no estuviera de luto ese día. Salió el sol a la misma hora, los colectivos llenos de gente cumplieron sus recorridos, niños fueron a las escuelas, los pájaros cantaron y yo no podía creer que no supieran lo que estaba pasando.

Cuando murió mi mamá algo que me impactó mucho fue que el mundo entero no estuviera de luto ese día

El mundo se estaba privando de poder compartir con Susy, mi mamá, y muchos parecían no enterarse de la pérdida que vivíamos como humanidad. 

Nadia y su mamá Susana

En el 2010, el cáncer entró a mi vida, cuando yo tenía 13 años y creía ser más fuerte de lo que era. En junio del año anterior había perdido a mi padre, por lo que escuchar a mi mamá pronunciar “tengo cáncer en estadío 2” cuando salió de su reunión con el ginecólogo en aquél sanatorio resultaba algo idílico, una broma de mal gusto por parte del universo.

Escuchar a mi mamá pronunciar “tengo cáncer en estadío 2” cuando salió de su reunión con el ginecólogo en aquél sanatorio resultaba algo idílico, una broma de mal gusto por parte del universo.

“La muerte de papá le dió tal angustia a mami que le agarró cáncer” fue lo que mi mente de 13 años atinó a creer y procesar. Hoy sospecho que el estadío había llegado tan lejos por lo que me confesó años más tarde: a sus 54 años, no se había hecho controles ginecológicos por tres años.

A sus 54 años, no se había hecho controles ginecológicos por tres años.

Tengo la dicha de ser la menor de cuatro hermanos: Iván, Nicolás y Sonia son los nombres de mis mayores. Son mucho más grandes que yo, porque Susy me había tenido a los 40 (un acto revolucionario en los 90’). Nunca pensaron que algún día tendrían que sortear las decisiones del destino para nosotros y que tuvieran que contribuir con mi crianza como lo hicieron a partir de que en el año 2010, nuestra madre se haya mudado a la Ciudad Autónoma de Buenos Aires a tratarse con la ayuda de vecinos, amigos y colegas de su escuela. 

Los años en que tuvo idas y vueltas en médicos de Misiones y Buenos Aires pasé mi secundario, y su amor y cuidado fue tal que nunca me dejó de lado.

Susy era docente, de las que decían que lo hacían por pura “vocación de servicio”. Maestra de cuarto grado de las épocas del guardapolvo blanco impoluto -planchado con azafrán, para más prolijidad- , el portafolio con los exámenes hechos de un ensamblaje de fotocopias, lejos aún de las que se hacen digitalmente e imprimen hoy en día. Mamá decía que tenía un portafolio y una “mochilita”. Yo era su mochilita. 

Los años en que tuvo idas y vueltas en médicos de Misiones y Buenos Aires pasé mi secundario, y su amor y cuidado fue tal que nunca me dejó de lado. Enviando cartas, regalitos, llamándome por videollamada y esperándome en la gran ciudad para pasear del brazo y recorrer lugares culturales históricos. Cada momento fue preciado, y mamá nunca se dejó ganar. Su enfermedad tampoco le privó de hacer un muy buen seguimiento de mis notas en el colegio, por lo que siempre intenté mantener mi promedio para así “quitarle una preocupación de encima”. Ya tenía suficiente. 

Instar a que las mujeres no descuiden estas fechas, no descuiden estos controles porque sin dudas en caso de algún indicio, pueden tener detección temprana y compartir más tiempo con sus seres queridos.

Su entereza permaneció intacta hasta el último día. Nunca olvidaré el momento en el que, camino a su internación de cuidados paliativos para el estadío final de su enfermedad, mientras subíamos las rampas del Hospital Escuela de Agudos Dr. Ramón Madariaga, se cruzaba con profesionales de salud que la habían tratado y les agradecía por todo, pasándoles la mano. Tal era la fuerza de esta señora, que cuando lloraba a su lado mientras dormía se despertó y me retó por estar llorando “todavía no me fui, y el día es muy lindo afuera. No hay motivos para llorar, y una vez que me vaya vas a tener que juntar fuerzas porque el mundo continúa” fue una de las últimas enseñanzas que me dió en esa semana que sentí como un año.

El 1 de julio del año  2017, tras luchar durante 7 años, el cáncer se fue de mi vida, y se llevó consigo a mi mamá. Desde entonces no hay octubre en el que no se me erice la piel

El 1 de julio del año  2017, tras luchar durante 7 años, el cáncer se fue de mi vida, y se llevó consigo a mi mamá. Desde entonces no hay octubre en el que no se me erice la piel, cuando empiezan las actividades relacionadas a la detección temprana, el diagnóstico adecuado y el tratamiento oportuno del cáncer de mama. Hoy narro parte de mi historia no únicamente para homenajear a la mujer que luchó por seguir acompañándome y guiándome en la vida hasta el último día de su vida, sino para instar a que las mujeres no descuiden estas fechas, no descuiden estos controles porque sin dudas en caso de algún indicio, pueden tener detección temprana y compartir más tiempo con sus seres queridos. Que pueden ser hijos, pero también hermanos, padres, amigos, colegas. ¡Feliz día de las madres a quienes se sientan aludidas por éste rótulo! Y a quienes tengan la suya cerca, pido me hagan el favor de abrazarla fuerte, por quienes ya no podemos pero lo hacemos con el pensamiento. 

*Periodista de Canal 12. Técnica en Comunicación Social. Becaria del Consejo Interuniversitario Nacional

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